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martes, 26 de febrero de 2013

Normas que debe tener un maestro realmente comprometido con la No-Violencia



Nunca abuses de tu poder.
Un maestro es un ser muy poderoso, especialmente si trata con niños pequeños. Posee un poder que emana de su posición y del respeto natural que las criaturas le profesan, viéndolo no sólo como un sujeto "que sabe mucho", sino, además, como aquel al que sus padres lo han confiado, delegando parte de su autoridad sin reparos.
Cuando son mayores tal vez razonen que este poder no es tanto como suponían al principio, pero el maestro será, todavía, quien puede castigarlos por sus faltas y quien evalúa sus progresos académicos y decide sobre esta parte importante de sus vidas.
En cualquier caso, un buen maestro debe administrar racional y seriamente su poder, con un sentido estricto de justicia, porque no hay mayor violencia que la arbitrariedad. Un maestro que abusa del poco o mucho poder que posee frente a sus alumnos está, en realidad, avalando la natural tendencia de los niños a abusar de quienes son más pequeños, más débiles o más indefensos.

Nunca pierdas el control.
Los niños frecuentemente caen en comportamientos capaces de "sacar de las casillas" al más pintado. Si eres de aquellos que reaccionan con un golpe sobre el pupitre o gritan desaforadamente para imponer silencio... ¡dedícate a otra tarea!
Si el maestro, un adulto con "frenos morales" que le impiden caer en actitudes extremas, es indulgente para con aquellas reacciones intermedias, como gritar o violentarse con los objetos, ¿qué queda para los niños, que no controlan del todo sus emociones?
Un maestro incapaz de controlarse da luz verde a todo tipo de excesos por parte de sus alumnos, y al generar una violencia permanente en los niños más atrevidos provocará en los tímidos y en los pacíficos un estado continuo de temor.

Nunca discrimines ni seas intolerante.
La peor contradicción en la que puede caer un maestro es el dividir a sus alumnos según le caigan bien o no. Es cierto que hay niños que no son naturalmente simpáticos, y no todos poseen una apariencia o una actitud agradables, pero el maestro debe superar sus propias limitaciones de apreciación y dar a todos un trato deferente e igualitario. Muy especialmente debe evitar distinguir entre los niños según sus razas, credos o por su origen o posición social.
La discriminación y la intolerancia son formas horribles de ejercer violencia moral sobre las personas, y un buen maestro debe no sólo precaverse de incurrir él mismo en estas faltas, sino que además debe ejercer sobre sus alumnos una presión positiva para eliminarlas de sus mentes a la más temprana edad.

Nunca mientas.
Si mientes a tus alumnos puedes descontar que te descubrirán; ellos tienen una percepción especial para el engaño, cuando proviene de un adulto. Y cuando lo hagan no sólo te perderán el respeto, sino que creerán haber aprendido que mentir es un recurso válido, y lo usarán para abusar de otros, por lo general más pequeños e inocentes.
Si no sabes, di "no sé"; si te preguntan algo que es inconveniente responder, por la razón que sea, di "no puedo responder eso". Y sobre todo, no permitas la mentira en tus alumnos bajo ninguna circunstancia, ya sea que la dirijan a otros o a ti mismo, porque detrás del faltar a la verdad se esconden una agresión y un abuso. Quién miente a otro cree dominarlo.

Nunca temas.
Se ha dicho que "siempre agredimos a lo que tememos". Considerando que la agresión frente a lo temido puede tomar muchas formas violentas, no necesariamente físicas, pero destructivas al fin, es imprescindible que el maestro se exhiba siempre calmo y dueño de sí mismo.
En el aula, como en la vida, es esencial que el maestro no muestre temor hacia la verdad, hacia otras personas, hacia lo que no comprende o hacia los animales. Un maestro que se asusta de los truenos es inconcebible, porque provocará tanto la risa como el terror; un maestro que teme a las arañas desatará una ola de pesadillas y provocará la muerte innecesaria de varias docenas de ellas. La lista es tan obvia como interminable.
Digamos, por último, que un buen maestro nunca deberá sentir temor de tomar decisiones, so pena de dar curso a una generación de inseguros y pusilánimes.

Nunca propongas "ojo por ojo".
Es muy común que los padres digan a sus hijos -cuando han sido agredidos: "¡ve y hazle lo mismo!", y muchos maestros sienten como un deber el complacerlos y apoyar semejante filosofía. No son maestros, en verdad, sino "defensores de la venganza".
Quien golpea a otro, o le provoca dolor, jamás deberá ser castigado del mismo modo, ni siquiera por sus pares, y es misión del maestro administrar justicia del modo correcto. Proceder de acuerdo a la ley del Talión no produce sino una ola creciente de actos violentos, que sólo acaban cuando una parte cae exánime o cuando se produce una desgracia.
En todo caso, el niño puede comprender que si su padre le aconseja devolver los golpes lo hace por un exceso de amor, y porque no quiere que sea débil o falto de carácter, pero con la misma naturalidad comprenderá que el maestro le aconseje lo contrario; su padre o madre son, sobre todo, símbolos de afecto, el maestro, en cambio, representa especialmente la razón, y es quien debe promover el adecuado balance para que la reacción emocional extrema sea frenada por el raciocinio.

Nunca mires para otro lado.
Uno de los defectos más indeseables en un maestro es la indiferencia voluntaria ante los actos de violencia o las agresiones de cualquier clase. Sabiendo que estas acciones son reprobables, muchos maestros eligen permanecer ignorantes de ellas haciendo "la vista gorda" o pretendiendo que los hechos no fueron tan graves como se pintan. Entonces se paran en el patio, a la hora del recreo, y fijan la vista en un punto lejano, ajenos a los golpes, corridas y revolcones que se producen a su alrededor. En el aula, cuando alguien se queja de algo, dicen "no lo vi" (es probable que así sea), o bien minimizan todo.
Un buen maestro debe permanecer atento a todo, alerta y vigilante, e intervenir cada vez que sea necesario para reconvenir, separar, amigar o aconsejar, no importa si se le enfría el café o si pierde una interesante conversación entre colegas. Y si no estás convencido de esto, imagina que te desvaneces en un hospital y todos los médicos reaccionan como ciertos maestros, ¡mirando para otro lado! Eres maestro veinticuatro horas al día o no eres nada. 

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