Si se observan las personas que viven a nuestro alrededor necesariamente
deberemos constatar el hecho de su diversidad; vivimos en una sociedad cada vez
más plural en cuanto a culturas, religiones, intereses... y consecuentemente la
escuela no puede estar ajena a esta realidad.
Se
recoge la diversidad y la cultura en valores como pilares básicos que deben
sustentar nuestras acciones educativas. Pero creemos que esta realidad que
estamos describiendo no puede quedar en conceptos, en recomendaciones legales,
slóganes publicitarios, modas educativas, pensamos que más bien son, debieran
ser, fruto de ideologías, compromisos y pensamientos personales, y es hacia
esta finalidad donde se debería encaminar la educación del futuro.
Nuestros
políticos educativos demandan una escuela que vaya mas allá de transmitir
conocimientos, se exige y se proclama que ésta eduque en valores para la vida y
la convivencia, que sea capaz de respetar todas las diferencias individuales y
sociales independientemente de su edad, raza, sexo, creencias... que atienda a
los alumnos y alumnas en función de sus diferencias y peculiaridades; pero esta
escuela se encuentra en una sociedad postmoderna caracterizada por rasgos de
competitividad, meritocracia, donde la tendencia al individualismo y la poca
valoración de lo colectivo... delimita el patrón de comportamiento.
Ofrecer
una educación de calidad, sin discriminación de ninguna naturaleza, implica
transitar hacia un enfoque que considere la diversidad de identidades, necesidades y
capacidades de las personas, favoreciendo el pleno acceso
la conclusión de estudios y los logros de
aprendizajes de todos, con especial atención a quienes se encuentren en
situación o riesgo de exclusión.
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