Los accidentes de
tránsito representan un grave problema de salud pública y son motivo de
preocupación de las autoridades sanitarias de todo el mundo.
En efecto la falta de
educación vial tanto del conductor como del peatón, la inobservancia de las
reglas de tránsito, el exceso de velocidad y el consumo exagerado de bebidas
alcohólicas por conductores y peatones hechos a veces en forma desaprensiva y
otras con total ignorancia del riesgo que ello implica. Son las causales más
frecuentes de la gran cantidad de casos que se registran en todo el mundo.
Los accidentes de
tránsito causan más muerte de jóvenes que los homicidios y suicidios. En estas
situaciones, el alcoholismo es la mayor causa de muerte entre los 18 y los 30
años, representando el 32,5% mientras que el 14,8% de las víctimas tiene menos
de 17 años.
Sin embargo, la
ebriedad no es lo peor. Lo peligroso aparece cuando una persona ha consumido
suficiente alcohol para pensar que se encuentra bien, aunque en realidad no
sepa bien qué está pasando a su alrededor: es, por ejemplo, cuando alguien cree
que está en capacidad de conducir un vehículo o de jugar con un arma. Las
estadísticas demuestran claramente la incidencia que tienen las bebidas
alcohólicas -cuando son consumidas en exceso- en los accidentes de tránsito o
de otro tipo. Además, la relación entre alcohol y enfermedades de transmisión
sexual es innegable, pues una persona alcoholizada pierde las inhibiciones y el
sentido de la realidad y es capaz de llevar a efecto acciones que de otra
manera nunca ejecutaría.
Muchos han sido los
intentos ensayados para disminuir y controlar el consumo de alcohol entre los
jóvenes, sin demasiado éxito hasta el momento. Normas que prohíben el expendio
de bebidas alcohólicas a menores de 18 años o en espectáculos deportivos o en
estaciones de servicio son algunas de las disposiciones que se han transformado
en letra muerta no sólo porque casi nadie las acata sino, lo que es peor aún,
porque nadie las hace cumplir.
Vivimos en una sociedad
en la que sobran las excusas para beber. El trabajo educativo tendrá que
contribuir a fortalecer la autoestima de los adolescentes y a que comprendan
los efectos reales del alcohol y los peligros a que se exponen. Es necesario
desechar la comodidad que lleva a no enfrentar el tema con decisión y a dejar
las cosas como si se tratara de "travesuras juveniles", cuando en realidad
está de por medio, en muchos casos, la vida de los adolescentes.
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