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viernes, 8 de marzo de 2013

El Penúltimo día - Viktor Frankl


El día primero

"Esto realmente no está sucediendo. Nada de esto es real. Sólo se trata de una pesadilla". Cada uno de los mil quinientos pasajeros de aquel tren tiene su propia forma de negar la realidad. "Tal vez si cierro los ojos y trato de dormir, me despertaré de nuevo en mi casa, con mi familia". Pero a medida que pasan las horas y la locomotora sigue consumiendo kilómetros de hierro frío en la oscuridad de la noche, sus esperanzas también son consumidas.

"¿Estamos en Alemania o en Polonia?" Nadie puede saberlo. Las ventanas de los vagones se encuentran tapadas con los equipajes y mochilas. Sólo hay un pequeño espacio libre en la parte superior por el que alguno intenta ver algo. El tren ha disminuido su marcha y parece que va a parar. "Aquí hay un aviso", grita alguien: "¡Auschwitz!" Todos sienten como se les detiene el corazón al igual que lo hace el tren. El silbato agudo de la locomotora quiebra el silencio y penetra hasta los huesos. El tren reanuda su marcha muy despacio, como si quisiera ser gentil con su cargamento en el último instante. Finalmente se detiene y las puertas se abren. La tenue luz del amanecer dibuja la silueta del campo. Interminables vallas de alambre, torres de vigilancia, oscuros edificios.

Ahora el estruendo de pitos y órdenes termina de confirmar que todo esto es muy real. Demasiado real. Les ordenan dejar todas sus cosas en los vagones y hacer dos filas. "¡Hombres acá, mujeres allá!".

Frente a la fila de los hombres se sitúa un oficial de las SS. alto. delgado, apuesto. Su uniforme es impecable y sus botas negras brillan ofensivamente. Sostiene el codo derecho con su mano izquierda mientras con la derecha hace una señal casi imperceptible ante cada uno de los recién llegados que se paran frente a él. Unas veces el dedo índice señala hacia la derecha, otras veces, muchas veces, hacia la izquierda. "Ahora me toca a mí", piensa Viktor FrankI. Hace veinticuatro horas era el médico jefe del hospital Rothschild, de donde fue sacado a la fuerza. Tiene treinta y cinco años y es un miembro reconocido de la Asociación de Psicología Individual. Ha publicado varios artículos sobre psicoterapia, el primero de ellos cuando tenía diecinueve años. En un artículo reciente, publicado en 1939, ha centrado sus reflexiones en el problema de la carencia de sentido de la existencia que tienen muchas personas.

Pero hoy, en esta fría mañana, frente al oficial de las SS, Viktor sabe que no es nadie. Tal vez, nada. El oficial lo mira durante un segundo que tarda un siglo. Parece vacilar o dudar. Viktor trata de parecer "resuelto", se mantiene firme y erguido. El oficial le pone las dos manos en los hombros y lo hace girar hacia la derecha.

La mayoría de los recién llegados ha sido conducida al lado izquierdo. Sólo al atardecer, cuando ya está reunido con otros que llevan más tiempo allí, Viktor descubre cuál es el motivo de este juego del dedo índice del oficial de las SS. Al preguntar a dónde llevaron a los demás, le señalan una gran chimenea alta y sucia de donde sale una llama gruesa. Una gran nube de humo negro mancha el rojo intenso de lo que hubiera podido ser un hermoso atardecer.

Viktor trata de entrar en confianza con uno de los viejos detenidos. Se acerca a él y le señala un rollo de papeles que guarda en el bolsillo interior de su abrigo. "¡Mira! Aquí llevo el manuscrito de un libro científico. Sé bien lo que vas a decir. Sé bien que salir de aquí con vida, que salvar simplemente la vida, lo es todo. Es lo máximo que se puede pedir al destino. Pero no tengo remedio, quiero más. Quiero conservar este manuscrito, conservarlo de alguna forma. Contiene la obra de mi vida, ¿entiendes?" El hombre entiende muy bien. Es más, toda su cara se transforma en una sonrisa. Primero es compasiva, pero luego se transforma en una carcajada desdeñosa. Luego tose bruscamente, y entre risa y tos, se alcanza a escuchar: "¡Basura!"

El Penúltimo Día......

Muchos días han pasado. Semanas, meses. Nadie lo sabe. Han sido muchos los que han llegado, pero son más los que se han ido. La situación sin salida, la muerte que acecha a cada instante hace que muchos piensen en "correr hacia la alambrada", que es la forma más fácil de quitarse la vida. Pero luego se dan cuenta de lo absurdo y superfluo que es pensar en el suicidio. Si ya están muertos en vida. ¿Qué diferencia puede haber?

Si al principio hubo pánico, ahora la apatía y la indiferencia son los mecanismos de protección del alma. Ni las caminatas en la nieve, ni los trabajos forzados o los castigos afectan a nadie. La única aspiración es sobrevivir este día. Continuar con esta vida provisional sin fecha, sin futuro.

Todos los días son el Penúltimo Día.......

Pero algunos de los detenidos no piensan así. Se niegan a perder su carácter humano. Es martes y la mañana es fría, el fuerte sol de primavera dibuja unas sombras largas en el piso. Dos figuras caminan decididamente hacia uno de los edificios. Uno de ellos es Viktor FrankI. Le han informado que hay dos hombres que pretenden suicidarse. Conversando con cada uno de ellos, llegan a la frase de siempre: "¡Ya no tengo nada que esperar de la vida!". El trabajo de Viktor es lograr que estas personas den un giro completo a su forma de ver la vida. No se trata de preguntarse qué tienen que esperar de la vida, sino que al revés, es la vida la que los espera a ellos. Pronto salen a la luz razones muy concretas para cada uno. Uno de ellos está publicando una serie de libros sobre geografía que no ha concluido aún. El otro tiene una hija en el extranjero que le quiere inmensamente. Ambos son únicos e insustituibles. Uno es imprescindible para su trabajo científico y el otro no tiene otro lugar que en el corazón de su hija. Así que para muchos, sobrevivir es un deber. Aún la vida al borde del abismo tiene su sentido y el deber de cada uno es encontrarlo. Eso explica por qué algunas personas de constitución más delicada han sobrevivido en el campo mejor que muchos de naturaleza robusta.

En sus apuntes, Viktor Frankl, escribe. "¿Qué es, pues, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero al mismo tiempo es también el ser que ha ido a las cámaras de gas con la cabeza orgullosamente erguida y con una oración en los labios".

Dentro de esta existencia permanentemente provisional del campo de concentración y de la incertidumbre continua del fin, Viktor Frankl ha comprendido que el sentido de su propia vida consiste en ayudar a los demás a ver un sentido en la de ellos. Tal vez la vida de muchos termine mañana. Tal vez la guerra se acabe mañana. En todo caso, para Viktor Frankl, este penúltimo día no se ha perdido.

Texto: Guillermo Ramírez
Basado en "El Sentido de la Vida" y otros textos de Viktor Frankl

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