El ser humano desde que nace inicia un camino que le
conducirá a su individualización que consiste en el desarrollo de la propia
identidad, entendida ésta como la conciencia de ser un ser autónomo y
diferenciado de los demás, la conciencia de sí mismo. Dada nuestra naturaleza
sexuada, la identidad necesariamente tienen que serlo: "Yo soy yo que soy
mujer, yo soy yo que soy hombre".
Podemos afirmar que en torno a los tres años los niños y las
niñas adquieren la identidad de núcleo genérico (Money y Ehrhardt,1972) o
identidad básica de género. Este concepto hace referencia al hecho de que,
desde un punto de vista evolutivo, es la primera vez que los niños y las niñas
perciben su identidad sexuada (López, 1988; Kholberg, 1973). Sin embargo, la
identidad sexual y de género adquirirá su conformación madura a lo largo de la
adolescencia.
Antes de introducirnos de lleno en la pubertad y la
adolescencia, desearíamos hacer una aclaración terminológica. La identidad
sexual hace referencia a la conciencia de pertenecer a uno sexo en función de
los atributos corporales en especial los genitales, mientras que la identidad
de género hace referencia a los contenidos de la identidad que provienen de las
atribuciones que una cultura determinada hace al hecho de ser mujer u hombre,
respecto a actitudes, valores, comportamientos, etc.
El proceso de sexuación es esencialmente un proceso de
desdoblamiento en dos formas que se produce desde lo biológicamente más
elemental, hasta lo psicológicamente más complejo. Por ello reiteramos que la
sexualidad es el modo de vivir el resultado de la propia sexuación. Así en la
pubertad, atrio de la adolescencia, se van a producir cambios en ambos
sentidos, tanto en lo biológico como en lo psicológico: La nueva imagen
corporal, y nuevas capacidades intelectuales de análisis de la realidad.
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