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jueves, 7 de marzo de 2013

LA PAREJA Y LAS PALABRAS


Dice Rafael Manrique que el enamoramiento se basa en las percepciones. "Nos enamoramos de un gesto, de una mirada, de un color de piel, de un sabor, de una palabra, de unos ojos, de una boca, de unos pechos, de una idea, de una opinión" (Sexo, erotismo y amor 1996)

Y después vendrá o no, la construcción de una intersubjetividad basada en la comprensión limitada de quién es el otro. El otro como ser autónomo, es incomunicable. Cuántas veces nos pasa que no encontramos las palabras para explicarle a quien amamos lo que sentimos o lo que se siente ser nosotros. La comunicación que se realiza a través de las palabras y del significado que les atribuimos es limitada, finita, equívoca y frustrante a veces.

Las parejas que aprenden a conversar son las que más probabilidades tienen de ser felices.


Quizá una de las imágenes mas desoladoras es la de una pareja que no habla. En silencio en el restaurante mientras cenan o toman un café, en silencio en las vacaciones, en silencio en los largos trayectos a través del tráfico citadino. 

Una pareja que no pueda construirse un mundo compartido de palabras, es una pareja condenada al aburrimiento. Porque una vez que amaina la idealización, lo que queda es uno, simplón quizá, retorcido tal vez, aburrida, obsesivo, callado, parlanchina. Y sin comprensión y sin diálogo franco y constante, no hay forma de armarse una relación plenamente humana.

No es casualidad que los seres humanos hablemos y que seamos los únicos seres vivos que lo hacen. Los humanos somos fundamentalmente seres creadores de significados. Decir ahora no quiero hablar, hablemos después, pensar en otra cosa mientras me hablas, perder la curiosidad por seguir sabiendo quien eres aunque tenga muchos años viviendo a tu lado, todo esto, mata el amor, los significados y la construcción de una narrativa amorosa.

Contarse lo que uno ha hecho en el día, lo que uno ha pensado, reflexionado o sentido, va perdiendo sentido con el incremento de la confianza. Uno se engaña pensando que conoce a quien ama, cuando el otro, insisto, es imposible de conocer de modo total.

Hablar y no tener miedo de las palabras implica también aceptar las diferencias individuales y gozarlas en lugar de sufrirlas. Somos como agua y aceite no es más que una frase exagerada que no implica necesariamente incomprensión o ruptura. A menos que yo crea que para amar a alguien, deberá pensar exactamente como yo pienso. 

Dice Manrique que lo malo no es que sean diferentes o iguales, sino que siempre sean los mismos. Que la pareja tenga miedo de cambiar, de transformar el discurso, de decir lo que realmente piensa sin miedo al abandono o al rechazo. Las parejas siempre iguales tenderán al aburrimiento y al desamor. Y no hace falta cambiar de pareja para inyectar novedad a la vida amorosa. Todos somos uno y somos otros. Y tenemos muchas identidades, muchas formas de ser que mantenemos ocultas y que podrían ser exploradas en el vínculo amoroso.

El amor debería ser el mejor espacio para hablar con libertad. Muchas veces no lo es y la violencia de las palabras se manifiesta en las peleas de pareja que pueden llegar a ser muy dolorosas. Las palabras pueden servir para construir amor y libertad o para crear odio y crueldad.


Somos nuestras palabras, nuestras conversaciones, para construir o para destruir el amor.

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