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jueves, 7 de marzo de 2013

La primera escuela


Siempre que nos referimos a una persona, lo hacemos describiendo alguna de sus cualidades, habilidades o la educación que demuestre – si es que hablamos bien de ella – pero si queremos hacer comentarios negativos nos fijamos solo en sus defectos, cosa que deberíamos evitar según las recomendaciones de todos aquellos que pugnan por la práctica de las buenas costumbres, la prudencia y el respeto hacia los demás. Pero pensándolo bien, con ¿estos comentarios estamos reflejando parte de nuestra personalidad? 
Y…¿de dónde nos viene ese comportamiento prudente o irreverente? Los sociólogos, psicólogos y demás analistas de la conducta humana, se basan en una respuesta innegable: es en la FAMILIA donde aprendemos las primeras bases de nuestro carácter y futuro comportamiento “racional”; las primeras reglas de conducta, disciplina, respeto y educación que, apenas demos los primeros pasos y digamos nuestras primeras palabras, son exigidas por aquéllos que desean vernos como un modelo ejemplar de las enseñanzas familiares y, de esta forma, los representemos orgullosamente en cualquier lugar y momento… ¡qué difícil, ¿no? 
Si esto lo vivimos cada día de nuestra existencia ¿por qué se nos olvida tan fácilmente?¿acaso son más fuertes que nuestra familia los medios masivos de comunicación o los demás grupos sociales (llámese amigos, vecinos, compañeros, etc.)? Esta disyuntiva crece en la misma medida que lo hacemos nosotros y se fortalece en la adolescencia, sumándose a ella un conflicto más de todos los que nos aquejan a esa edad: “¿hacerle caso a la familia, o no? 
Tal vez sea muy exigente el querer que sigamos todo lobuelo que nos enseña nuestra familia para conseguir la felicidad, pero pensemos que no en balde se le considera como el NÚCLEO DE LA SOCIEDAD, puesto que si ésta se destruye por la falta de credibilidad en sus enseñanzas e importancia en nuestra vida y seguimos pensando que podemos vivir sin toda esa “carga” emocional, sin deshacernos de nuestros comportamientos infantiles, inconscientes y morbosos ante el dolor ajeno, aquéllos que esperan habernos manipulado, lograran su objetivo: que nunca seamos realmente libres. También destruiremos la posibilidad de crecer, de formar nuestra propia familia y de poderle transmitir, si así lo pensamos, algo mejor a lo que tuvimos nosotros, ¿no crees? 
Por eso me atrevo a sugerirte: Acércate a tu familia y rescata, en todo lo posible, las cosas buenas que en ella aprendiste. Y si llegas a creer que ya no hay nada, o que nunca lo hubo…¿por qué no lo empiezas tú?… ¡MUCHA SUERTE! 

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