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viernes, 8 de marzo de 2013

Pedagia cybernetica

PEDAGOGÍA ¿Existe una pedagogía cibernética? Para contestar a esta pregunta es indispensable hablar primero de cibernética. Y aludo a este último término porque, como profesores, estamos muy familiarizados de tiempo atrás con el término pedagogía pero el de cibernética nos resulta menos familiar. Y digo menos familiar solamente con relación a su conceptualización porque, de hecho, todos hemos estado en contacto directo con la cibernética desde que arribamos a este mundo, aunque no nos hayamos detenido a reflexionar sobre la misma. Hablar de cibernética, es hablar de algo cuyos productos hemos venido utilizando desde que tenemos uso de razón, como individuos y como especie, por lo menos desde la época de los griegos, porque ¿quién no ha utilizado una plancha, el boliler o un climatizador? Todos hemos constatado que la temperatura de la plancha llega a un determinado nivel y ya no sigue aumentando, que el agua del boiler no hierve hasta consumirse toda, alcanza una determinada temperatura y la flama disminuye, que la temperatura de la habitación sube o baja sin que lleguemos a asarnos o a congelarnos vivos. Alcanza un nivel programado, y sus mecanismos de realimentación, harán que la temperatura aumente o disminuya cuando reciban información que la misma temperatura les envía. Todo lo anterior constituye una experiencia cibernética puesto que todos esos mecanismos de autorregulación son propiamente mecanismos cibernéticos. En la Grecia antigua Ktsebios, Filón y Herón construyeron sistemas realimentación (feedback les llamaríamos con propiedad y sin presunción) negativa para controlar corrientes de agua y , Herón, de quien más noticias se tiene, impresionó al mundo de su época con varios de sus inventos en los que se aplicaban estos principios cibernéticos de realimentación: puertas pesadas que se abrían automáticamente, pájaros mecánicos que volaban y trinaban. En el siglo XVII, Cornelis desarrolló un horno controlado por un termostato y en el XVII, James Watt aplicó a sus máqinas de vapor el llamado “gobernador centrífugo”, un mecanismo de realimentación negativa, para regular la cantidad de vapor que se producía en las máquinas inventadas por él. Las reflexiones derivadas de la aplicación de los principios de realimentación llevaron a la conformación de teorías como la que expuso Maxwel en su tratado “Sobre los controladores”, que junto con la teoría de la información y la teoría computacional darían origen a la ciencia de la construcción y uso de las computadoras y los sistemas computacionales. Sin embargo, no fue hasta 1948, cuando se comenzó a utilizar el término cibernética para referise a la ciencia relacionada con estos mecanismos de control, a partir de la publicación del libro “Cybernetics” de Norbert Wiener en el cual presentó una definición asaz simple: La cibernética es la ciencia del control en el hombre y en la máquina. Control es, pues, la palabra clave, y el término cibernética, bien elegido por Wiener, proviene del griego kubernetes, que significa “gobernador”, "piloto”; el primero, quien controla el estado, el segundo quien controla la nave. Todos hemos estado, pues, en contacto con la cibernética. Todos hemos estado en contacto con mecanismos de control, de feedback o realimentación, positiva o negativa. Para mejor explicar esta ciencia, he elaborado un mapa conceptual en el cual pretendo apoyarme confiado en que este recurso, que debemos a Ausublel y a Novak, permitirá mostrar la organización de los conceptos funadmentales de esta ciencia, como permite los de cualquier otra, de una manera gráfica y llamativa. Tal afirman los mapólogos conceptuales y, a fe mía, que hay sobradas razones para creerles. He aquí mi mapa conceptual: Rogamos al atento lector analice el mapa presentado y se forme su propio concepto y ensaye su propia respuesta a la pregunta: ¿Existe una Pedagogía cibernética? Nosotros, quedamos con el compromiso de que, en el próximo número de nuestra revsita, propondremos una respuesta. ****************************************************** PSICOLOGÍA ¿Cómo aprendemos a hablar? LA AVENTURA DE LA PRIMERA PALABRA Por Marie Lescroart TRADUCIDA DEL FRANCÉS POR: ERWIN LOBO SIBAJA GRITOS, MÍMICAS, BALBUCEOS... HOY SE PUEDE SEGUIR PASO A PASO Y, SOBRE TODO, COMPRENDER MEJOR, LA CAMINATA QUE CONDUCE AL NIÑO PEQUEÑO A LA PRIMERA PALABRA. UNA AVENTURA RICA EN AVANCES SORPRENDENTES. Aproximadamente a la edad de 18 meses, el bebé pronuncia su primera palabra. Un “papá” o un “mamá”, balbucidos apenas pero que suscita el entusiasmo unánime del público. A justo título porque desde el encuentro de los gametos de sus padres, ¡Este orador en pañales ha emprendido el camino! Para comprender cómo se construye un ser parlante, es necesario remontarnos hasta antes del nacimiento. En efecto, la historia de esta proeza de lenguaje implica, por supuesto, las relaciones que el niño puede establecer con su entorno pero también el desarrollo de sus sentidos, premisas sensoriales de sus representaciones, que comienzan en las primeras semana después de la concepción. EN EL NACIMIENTO, EL BEBÉ ESTÁ YA “EQUIPADO” PARA RECONOCER SU UNIVERSO. ES CAPAZ DE IDENTIFICAR EL OLOR DE SU MADRE, SU VOZ... Dentro de sus grandes líneas, se la puede dividir en varios capítulos. El infante comienza su vida dentro del útero de su madre, inmerso en un mundo de sensaciones. Esta, por tanto, en contacto directo con los estímulos captados por sus sentidos nuevos. A partir de ese momento, él organiza esas sensaciones entre dos polos: el familiar, placentero y el inquietante, displacentero. Después viene el nacimiento, el momento en el cual el bebé toma el sello de su madre, ese “gigante sensorial” que le envuelve y dentro del cual se baña. Ella le servirá como un conjunto de referencias afectivas y de base de seguridad indispensable por ir al encuentro de los otros. Pero el mundo de representaciones viene poco a poco a adjuntarse al mundo de las sensaciones. Desde sus primeros intercambios con sus cercanos, las mímicas, los gestos y los gritos del joven infante se cargan en efecto de la interpretación que le da el entorno. Una sonrisa del bebé deviene más que un simple movimiento muscular: él se carga de la historia de quien le mira, transmite al infante por el reflejo de su interpretación. De manera análoga todos los gestos, y más tarde, todos los objetos susceptibles de servir de vectores para la comunicación se desprenden de su materialidad para convertirse en objetos sobresalientes. Y es así que el joven infante se libera de la férula de sus sentidos y enriquece su mundo psíquico. Tanto más que al mismo tiempo que el se individualiza con relación a las personas de su entorno, la memoria del infante se desarrolla. Eso le ayuda a atrapar el encadenamiento lógico de los eventos, y a liberarse mejor del “aquí y ahora” del mundo de las sensaciones. El descubre por lo tanto los recuerdos y las intenciones. Se percata que puede actuar sobre el psiquismo de los otros comunicándose por la intermediación de los objetos. Después él llegará también a liberarse de estros últimos, al remplazarlos por signos convenidos con su entorno: las palabras. Retracemos este recorrido en detalle. Olvidemos los tiempos de Aristóteles que consideraban al recién nacido como una placa virgen. Con el perfeccionamiento de las técnicas de exploración in útero, se sabe a partir de ese momento que los bebés reciben los estímulos sensoriales desde las primeras semanas después de su concepción. Cuando se hace respirar a una mujer a finales de su embarazo un olor, agradable o no, se observa una reacción del feto debido a las moléculas que pasan a través del líquido amniótico. El humo de los cigarrillos en las mujeres encinta provoca asimismo el hipo en el producto que porta. Al final del embarazo los fetos se agitan y su ritmo cardiaco se acelera en el vientre de sus madres si se ilumina fuertemente este, desde el exterior, lo que parece indicar que ellos perciben al menos, algunas formas entre la penumbra. UN BAÑO DE SENSACIONES El funcionamiento de los sistemas sensoriales se efectúa en efecto de manera precoz. De entrada, el tacto, desde la séptima semana. Este sentido es estimulado notablemente por los movimientos propios del bebé. Después a la semana décimo primera, el gusto y el olfato, que funcionan como un solo sentido cuando el bebé deglute el líquido amniótico perfumando por lo que su madre come o respira. Al 5º. mes, el feto percibe los ruidos maternales (cardio vasculares, digestivos…) así como aquellos que le llegan, a través del líquido amniótico, del mundo exterior. Como entre los mamíferos, la visión es el sentido que empieza a funcionar al último, un poco antes del parto. A partir del 6º. mes del embarazo, el feto pasa una gran parte de su tiempo en estado de sueño rápido, análogo al sueño paradoxal del adulto, dicho “el sueño del sueño”. Las informaciones sensoriales percibidas durante la pocas horas diarias de vigilia son así incorporadas dentro de estas fases de sueño rápido y memorizadas. Para el psiquiatra y etólogo Boris Cyrulnik, el feto organiza ya sus primeras percepciones entre dos polos. Por un lado, las sensaciones familiares –como las bajas frecuencias de la voz de su madre- y, del otro lado, las sensaciones inhabituales o angustiantes –gritos o sobresaltos de su madre, stress ligados a su ambiente… El “mundo de las sensaciones” que es el suyo se connota entonces ya fuertemente de placer o de displacer. Al momento de su nacimiento, ha visto ya nacer sus sentidos y un principio de representación sensorial bajo la doble influencia de su biología y de su ambiente. Se comprende mejor la importancia que puede tener esto último cuando se sabe que los perfiles comportamentales son ya muy diferentes entre los fetos de pocas semanas. Así, al momento del nacimiento, el bebé esta ya equipado para reconocer su universo. El es capaz de identificar el olor de su madre, su voz…Todas esas cosas familiares que dan seguridad son grabadas en su memoria desde su vida fetal y le permiten reconfortarlo, después del shock del parto. El comienzo del apego, que condicionara en gran parte el futuro socioafectivo del infante. La prueba: los niños abandonados o privados de amor desde el nacimiento, manifiestan todos de entrada de signos de desesperanza, después ellos se repliegan sobre ellos mismos, se refugian en actividades autocentradas. Según Boris Cyrulnik: “Como ellos no poseen la base de seguridad que les permite partir a la conquista del mundo, ellos no pueden apoyarse en nadie. Son muy pequeños para sortear los obstáculos por sí solos, por lo tanto se repliegan sobre sí mismo.” El apego fusional, esencialmente sensorial, desde los comienzos de la vida, da entonces al recién nacido, la seguridad afectiva necesaria para emanciparse. UNA SIMPLE SONRISA SE CARGA YA DE REPRESENTACIONES, LIGADAS A LA HISTORIA DE LAS PERSONAS QUE RODEAN AL BEBÉ. Al comienzo de su vida, el recién nacido no es sino lo que él percibe. Sin embargo, muy pronto, su mundo exclusivamente sensorial se viste de representaciones: las cosas y los gestos no son ya más eso que son, sino se impregnan de lo que evocan de su entorno. Tomemos un recién nacido que imita la sonrisa de su madre, que se produce desde las primeras horas después del parto. Imaginemos una madre muy sensible, angustiada debido a su parto. Ansiosa, ella se mantiene suficientemente lejos de su hijo y dice con un suspiro que “ese pobre pequeño no sabe lo que la vida le reserva”. A la inversa, una madre plena y adecuada estimulará esa primera sonrisa por comentarios simpáticos y vocalizaciones melodiosas, ella tomará a su bebé en sus brazos, le rodeará de su olor y de su calor. A partir de esos dos ejemplos que parten de sus propias observaciones, Boris Cyrulnik nota que la sensorialidad trasmitida por cada una de las madres en torno a una misma mímica de su infante es radicalmente diferente. He aquí como una simple sonrisa se carga de representaciones, ligadas a la historia de las personas que componen el entorno del bebé. Esta y principalmente sus dos padres le permiten desarrollarse encarrilándolo, un poco como un tutor sostiene una planta para orientar su crecimiento. Es así que desde sus primeras mímicas, el niño nos es ya más “una esponja sensorial”, el entra en el mundo de las representaciones. A esa edad tan joven, a las seis semanas aproximadamente, se piensa que el pequeñuelo no distingue entre su mundo interior y su mundo exterior. El uno y el otro le parecen pertenecer a un espacio continuo. De hecho el no hace claramente la diferencia entre él y su madre ni con las otras personas de su ambiente. EL PAPEL DE LA MEMORIA Según el paidopsiquiatra Daniel N. Stern, no es sino hacia el tercer o el cuarto mes de la vida que el desarrollo de la memoria del bebé le permite darse cuenta plenamente que existen invariantes en su existencia, es decir, cosas que van siempre juntas y que no cambian. Como jugando, en la medida que avanza el desarrollo de su motricidad, logra identificar lo que es parte de sí mismo ya que una intención está ligada a una sensación proveniente de un movimiento muscular, un brazo, por ejemplo, que él visualiza delante de sus ojos, lo cual permite que el bebé haga progresivamente la diferencia entre él mismo y los otros y comience, así, a organizar su mundo social. Es igualmente el desarrollo de su memoria que va a permitir al infante estructurar el tiempo. Al comienzo de su vida, él percibe cada evento como único y aislado. Según Daniel N. Stern: “Todos sus sentidos se concentran sobre cada uno de los momentos que vive con tal intensidad que un gran número de entre ellos se convertirán en prototipos, referencias de sensaciones que se producirán a lo largo de toda su vida.” Hacia la edad de tres meses, esta “percepción discreta” del tiempo se termina y el bebé comienza a asimilar adecuadamente el encadenamiento de las secuencias y las relaciones de causalidad. Los balbuceos, de esta facultad son sin embargo muy anteriores: a partir de la edad de seis semanas, ciertos bebés comienzan a apaciguarse desde de la entrada de su madre a su recámara mientras que antes era necesario que ella comenzara a nutrirlo para que sus llantos cesaran. Eso que parece indicar que ellos asocian ya su arribo con la satisfacción de su hambre. La puesta en funcionamiento de la percepción de tiempo, que permite la anticipación, es crucial en el establecimiento de las relaciones interpersonales. Se sabe que sea difícil influir sobre las intenciones de otro sin dominar la cadena causal de eventos! Es así, que la elaboración de la percepción de tiempo por el infante, aunado al hecho que no está más dentro de una relación fusional con sus figuras de apego que va poco a poco permitirle comunicarse con ellos, mediante un “protolenguaje” hecho de signos que les es común. Hacia los cuatro o cinco meses, el bebé comienza la experiencia de sus primeras interacciones sociales. Cara a cara, sus ojos, frente a los ojos de los seres que componen su entorno, él expresa sus emociones y recibe las de los otros gracias a toda una gama de mímicas, de gestos y de gritos. En esta etapa de la aventura, si una de sus capacidades de desarrollo falla, todo el porvenir de sus relaciones va a comprometerse. Los niños autistas, por ejemplo, se sienten incómodos bajo la mirada de los otros y rechazan este tipo de intercambio, lo que tarde o temprano, impone enormes limitaciones a la experiencia social. Pero cuando el desarrollo del niño se lleva a cabo normalmente, los juegos de miradas evolucionan poco a poco, y permiten al infante y a su objeto de apego compartir cada vez más información sobre el exterior. Las experiencias han mostrado que hacia los seis meses el niño sigue ya la dirección de la mirada de su madre, a condición, sin embargo de que el objeto que ella mira pueda él verlo bien. Esta capacidad se afina después ya que a los doce meses el niño se torna apto para distinguir cuál es, entre dos objetos idénticos, el que está mirando el adulto. Paralelamente, el desarrollo psicomotor del pequeño le permite asociar los gestos a esas miradas. A los diez meses aproximadamente, un bebé metido en su silla alta, delante del cual se ha puesto fuera de su alcance un objeto que él desea, manifestará a su madre su deseo de apropiárselo por un gesto del brazo, con la palma abierta hacia abajo y una gran agitación e intensas vocalizaciones, acompañadas de miradas orientadas sucesivamente del objeto hacia su madre. Pero hacia los trece meses, su actitud cambia radicalmene porque el niño llega entonces a utilizar su índice para señalar el objeto deseado. Desde ese momento el se calma y sus vocalizaciones se hacen menos desesperadas, lo que atestigua las virtudes apaciguadoras de ese prelenguaje. Desde la tesis del etólogo Anick Jouanjean el señalar con el índice es considerado como el primer gesto semiótico (del griego semeion, signo). EL NIÑO COMPRENDE ENTONCES QUE LAS PALABRAS SON SÍMBOLOS QUE SIRVEN PARA DESIGNAR ALGUNAS COSAS INVISIBLES QUE VIVEN FUERA. Parece de hecho ser un “pasaje obligado” hacia la primera palabra, aunque todos los niños que forman de esta manera un triángulo con el objeto que ellos designan y sus padres que ellos miran no arriban al lenguaje. Los pediatras especializados en patologías tales como el autismo la utilizan además como índice para saber si el niño puede ponerse ha hablar o, más modestamente, sino está amurallado en su psicosis. Por este gesto de señalar con el índice que le permite extraer del entorno un objeto sobresaliente, el bebé atestigua que una convención sobre el sentido del signo que ha devenido el objeto ha pasado a lo que él señala. UNA ESTILOGRÁFICA O UNA FLOR El primer objeto que designa el niño es siempre un significante, que ha sido valorado por el comportamiento de sus padres. Bebé señala hacia una estilográfica para comunicarse con un padre escritor, hacia una flor caso que sus padres sean floristas... En este caso, son esas mismas flores que él arranca rabiosamente para manifestar su enojo. El se sirve entonces de los objetos, aislados por esa designación, como signos para compartir el mundo mental de sus padres. Hacia el fin de su primer año el bebé comprende que él tiene sus propios paisajes psíquicos, y que estos son invisibles a los otros, a menos que él quiera revelárselos. El se da cuenta entonces, al mismo tiempo que algunos de esos paisajes pueden ser compartidos. Es lo que los filósofos llaman “la teoría de la intersubjetividad”. Este niño que estaba hasta entonces respondiendo a estimulaciones venidas desde dentro, como el hambre, o de fuera como la sonrisa de una persona de apego, se pone a actuar según la idea que el se forma del mundo mental de los otros, como lo hace el adulto! Hacia el mes decimosexto él toma conciencia de eso lo cual provoca en el uno o dos meses de perplejidad. “El se aleja del continente de las percepciones para desembarcar en el de las representaciones preverbales y el descubrimiento de este nuevo continente metamorfosea sus comportamientos, analiza Boris Cyrulnik. Pero cuando él comprende que se le abre el mundo íntimo de los otros, deviene perplejo, porque el no sabe todavía cómo se le debe explorar.” Sucede entonces que el bebé, que balbuceaba incansable y alegremente, se torna silencioso. En realidad, es un período de intensa atención donde el niño se prepara a tomar la palabra. Comprende que las palabras no solamente sirven para producir una suerte de música sino que son símbolos que sirven para designar algunas cosas invisibles, que viven fuera. ¿Cómo explorar el mundo íntimo de los otros? En este período que va del decimosexto mes al decimoséptimo cuando el bebé presenta un cierto mutismo, sucede una fase dónde él se pone a imitar a las personas de apego. Pero a esta edad, la interpretación a esta imitación es totalmente otra. Según Boris Cyrulnik, ella revela el placer del niño para “habitar del mundo del otro”. El bebé arriba a partir de allí, a hacer una cosa que él ha visto hacer por alguien pero que él mismo no había hecho antes. Y asimismo a meterse en escena por la imaginación dentro de un escenario que no tendrá jamás lugar, como salir de la casa de sus abuelos en su auto en miniatura, por ejemplo. Ya no está pegado a la realidad, él comprende que se puede representar el mundo. El nuevo comportamiento del bebé frente a un espejo refleja esta facultad de verse desde el exterior. Las experiencias llevadas a cabo por René Zazzo en los años de 1970 han mostrado que si se hace una marca de color sobre la frente del bebé de 18 meses aproximadamente después que se le pone delante de un espejo, él la borra inmediatamente cuando antes el habría tocado su reflejo en el espejo. Entonces, como una flor que se ha tomado semanas en madurar pero que eclosiona en una noche, el bebé pronuncia su primera palabra. Se relaciona, de entrada, con las personas más cercanas: papá, mamá, mami; después a sus objetos cotidianos. Poco a poco, el niño tenderá cada vez más hacia la abstracción, hasta evocar los objetos ausentes del él mismo y, después, ausentes de los otros. Y quién sabe, quizás un día, como el más alto refinamiento en su liberación del mundo de las percepciones, se convertirá en poeta. BIBLIOGRAFÍA: Science & Vie. Hors série. Leipzig 2004. Les dernières avancées dans les sciences du langage Découvertes: Du langage aux langues Tema: Langage & développement L’AVENTURE DU PREMIER MOT

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