Unos colegas que si son de
nuestro mismo departamento o área de conocimiento se creen en posesión de la
verdad y si son de otro departamento o área de conocimiento nos desprecian.
Unos alumnos (se les identifica
porque son las personas de menor edad que la nuestra, que están en el aula) que
no saben para que están, que no les interesa lo más mínimo lo que contamos y
que nos ven como un tirano.
Unos padres de alumnos que nos
piden mil explicaciones cuando sus hijos suspenden (por eso nos vienen muy bien
los exámenes escritos) y en algunos casos primeramente dejan clara su postura
con ciertas expresiones verbales y físicas.
Un nulo reconocimiento al
esfuerzo, la motivación y al trabajo bien hecho (me refiero al profesorado y al
reconocimiento por la administración, por si ustedes pensaban que hablaba de
los alumnos)
Una parte del profesorado piensa que soportar todo esto, sin
darse de baja por depresión, es bastante para ser un buen profesor y
convertirse en un “santo-docente”.
Sin embargo hay
una prueba que podemos hacer para saber si somos un “santo-docente” o un buen
docente (además de un
“santo-docente”, por supuesto):
1.
Tomemos
una persona que no sea profesor, pero que tenga los conocimientos necesarios
sobre el incremento de conocimiento que queramos provocar en nuestro alumnado
(se admiten alumnos de cursos superiores que hayan aprobado la asignatura).
2.
Concedámosla
un día para preparar el concepto y suministrémosle el material necesario.
3.
En
el momento de impartir la clase demos el cambiazo y pongamos en nuestro lugar a
la persona seleccionada en el punto 1.
4.
¿Ha
sido capaz de realizar lo mismo que hubiésemos hecho nosotros?
Si la respuesta a esta pregunta ha sido que sí, seremos un
“santo-docente” y si es que no seremos un buen profesor.
¿Por qué?
Porque como todo el mundo sabe un buen profesor no es un mero
transmisor de información, eso
sería ser un mercader de la información existente, y cualquiera que
tuviese esa información sería capaz de transmitirla, incluso el propio alumnado
sería capaz de auto-medicarse.
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