La utilización de las
bebidas alcohólicas viene de muy antiguo. Las civilizaciones chinas, egipcias y
la cultura mesopotámica ya usaban el vino aunque con un carácter ritual. Las
bebidas alcohólicas han estado presentes en todas las culturas y civilizaciones
del mundo. El cristianismo sacralizó el vino hasta convertirlo en “Sangre de
Cristo”. La mamá de Caperucita Roja le envía una botella de vino para la
abuelita. Es difícil concebir una reunión o fiesta en la que no esté
representado el alcohol.
El consumo de alcohol
es un hábito, forma parte de los llamados estilos de vida, estando ampliamente
extendido y culturalmente aceptado en la mayoría de los países occidentales.
Por tanto, no es solo un comportamiento individual, sino que se encuentra
fuertemente influenciado por normas sociales y por el contexto socioeconómico y
cultural en el que vivimos. Cambios en estos contextos se acompañan de cambios
en el uso / abuso de alcohol.
Uno de esos cambios
está siendo la incorporación generalizada de los adolescentes y jóvenes al
consumo de alcohol. El consumo juvenil del alcohol presenta hoy unas
características propias que han generado una “cultura del consumo de alcohol” diferenciada
del consumo tradicional.
Progresivamente se va
consolidando un patrón juvenil de consumo de alcohol, caracterizado por ser en
el fin de semana y por su papel fundamental como articulador del ocio y de las
relaciones sociales de los adolescentes y jóvenes.
El problema , por
tanto, no es que beban sino que sus formas de beber están más lejos del modelo
tradicional y tienen que ver con sus estilos de vida y su manera de divertirse,
con su manera de estar y de proyectarse en el mundo. Para analizar esta situación
debemos hacerlo desde una triple dimensión: desde el adolescente, desde la
sustancia, en este caso el alcohol, y desde el contexto actual: los valores de
nuestra sociedad, el sistema productivo, la publicidad, el papel de la familia,
de la escuela, de los grupos de iguales, etc.
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