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domingo, 3 de marzo de 2013

¿Y YO POR QUÉ DEMONIOS TENGO QUE IR AL INSTITUTO?




Vivimos días de efervescencia educativa (1). Una propuesta de nueva ley maltrata de manera burda la escuela catalana, vuelve a proponer la escuela de hace décadas, facilita que ricos y pobres no tengan que ir a la misma, acepta que chicos y chicas no deban compartir el aula, arrincona el pensamiento científico sustituyéndolo por los catecismos, etc. etc. Como mi tema son los adolescentes, sólo me referiré parcialmente a dos manías eternas, especialmente relacionadas con los chicos y chicas de la secundaria, que aparecen cada vez que se hace una “nueva” (en realidad cada vez más antigua) ley de educación: la modificación del currículum y la separación de los estudiantes buenos y malos lo más bien posible.



Resulta casi obsesiva la discusión sobre donde colocar los Reyes Católicos o a Wilfredo el Peludo, si hemos de hablar de la literatura pasada o la del presente, de los teoremas imprescindibles, de la gramática inevitable. Insisten en reducir el fracaso y se apresuran a consolidarlo enviando a los alumnos que ponen en crisis el sistema a vías muertas que no conducen a otro destino que a la explotación laboral acelerada.

Mientras tanto, los chicos y chicas adolescentes van a lo suyo. Soportan la escuela con grados de acomodación diversa y salen de ella con actitudes muy críticas sobre el lugar que el aprender más y el saber más tiene que ocupar en su vida. No parece que las leyes que van inventando piensen en cómo son los adolescentes que están en las aulas. Dan por supuesto que aquello que decretan será asumido, será posible enseñarlo, pasará a formar parte de su vida.

Empiezan para considerar como verdad inamovible que tienen que ir a la escuela y que no hay que tener razones para estudiar. Pero, nada mes lejos de la realidad. Hace tiempo que el primer reto educativo para seguir escolarizando positivamente a un adolescente de 15 años, enamorado o agobiado, para que haga algo en la escuela un lunes a las 8 de la mañana, es poder contestar a la pregunta de “¿y yo por qué tengo que venir al instituto?“. Hace tiempo que las viejas respuestas no sirven y no vale la pena repetir aquello de es tu obligación, ni estudiar sirve para tener un buen trabajo, etc.

Sin embargo, la pregunta no puede obviarse y tendremos que encontrar respuestas pertinentes a sus preguntas impertinentes, interrogarnos sobre la validez de algunas de nuestras pretensiones educativas. Las respuestas tienen que ser coherentes y siempre suponen ofrecer una escuela diferente de la que pretenden las sucesivas leyes y, de nuevo, la nueva. El eterno debate del currículum tiene que empezar para asumir una flexibilidad y diversidad que permita poner juntos el saber, los adolescentes y el conocimiento del mundo que los rodea, que permita educar y aprender, que no pretenda seguir instruyendo para olvidar.



Nuevas y viejas razones

¿Razones para ir al cole? Probemos a hacer una lista. Antes, habrá que asumir como positivo que van a la escuela a estar y a relacionarse, que se encuentran bastante a gusto y valoran la compañía, que eso es bueno para unos y otros. Después, empecemos a descubrir juntos otros motivos, otras razones, teniendo en cuenta que todos y todas tendrán que encontrar más de una razón y que tendrá que mantenerse o substituirse antes de que nos abandonen o los echemos..

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