No hay hijos rebeldes, hay padres que no han hecho
la tarea de educación que tenían encomendada. Los hijos se van tornando
rebeldes a medida que van ganando a los padres las pequeñas batallas que
plantean cada día. Pero siempre hay tiempo de darse cuenta que los padres
tienen la obligación ineludible e irrenunciable de seguir educando a sus hijos,
aunque estos no lo quieran. Por lo menos mientras vivan bajo su techo familiar.
La rebeldía de los hijos no
llega de la noche a la mañana y sin avisar, pues es un proceso de tira y afloja,
donde siempre gana el que más interés tiene en ganar, y pierde el que se deja
ganar sin luchar lo suficiente. Los padres tienen la grave obligación moral de
no dejarse ganar en la educación de los hijos.
La educación de los hijos
empieza por la educación de los padres. No se puede pedir hijos bien
educados si ellos ven que los padres no lo están o si ven que no se comportan
como deben. Los hijos ven muchos detalles en los padres que los padres creen
que permanecen ocultos. Tienen una lupa especial para ver los defectos de los
padres, procesan todo lo que ven, aunque después se callen. Enseguida descubren
los puntos flacos de los padres y por donde conseguir hacer lo que quieren
hacer. También ven los puntos fuertes, pero tratan de evitarlos para que no les
produzcan contradicciones a sus intenciones y formas de comportamiento.
Es
imprescindible educar a los hijos para que la sociedad no les castigue cuando sean hombres. Si los
padres no han dado a sus hijos la educación adecuada, o estos no la han
asimilado, cada vez será más difícil convencerles de que tienen que cambiar y
dejar a un lado esa rebeldía que empiezan a practicar. No es imposible impedir
a los hijos que hayan empezado a descarrilarse, se paren y no lo sigan
haciendo, todo es cuestión que los padres estén bien formados, dediquen mucho
tiempo y sobre todo mucho cariño hacia sus hijos, principalmente a los que han
empezado con problemas. En manos de los padres está salvarlos o condenarlos
cara al futuro.
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