ETNOMETODOLOGÍA
Durante la década de los años 1960-70,
comenzaron y se extendieron diferentes críticas a la metodología empleada, sobre todo en la
sociología (Cicourel, 1964, Garfinkel, 1967). Estas críticas desafiaban varios
de los presupuestos más familiares de esta disciplina, con resabios más bien
positivistas, y acentuaban la idea de que la realidad social era algo construido,
producido y vivido por sus miembros.
Para poder comprender a fondo la
naturaleza y proceso de este fenómeno, es decir, la parte activa que
juegan los miembros de un grupo social en la estructuración y construcción de
las modalidades de su vida diaria, se fue creando, poco a poco, una nueva
metodología, llamada etnometodología, por ser algo elaborado por el
grupo humano que vive unido, un etnos. También se desarrollaron, a
partir de esta base, otras variedades del construccionismo, del análisis del
discurso y de diferentes ramas interpretativas, que, en el fondo, reciben gran
parte de su ideología de la fenomenología de Husserl (1962) y Schutz
(1964).
Pero la etnometodología ha sido la
más radical y productiva orientación metodológica que ha especificado los
procedimientos reales a través de los cuales se elabora y construye ese orden
social: qué se realiza, bajo qué condiciones y con qué recursos. Esto ha
constituido una práctica interpretativa: una constelación de
procedimientos, condiciones y recursos a través de los cuales la realidad es
aprehendida, entendida, organizada y llevada a la vida cotidiana.
La etnometodología no se centra
tanto en el qué de las realidades humanas cotidianas (qué se hace
o deja de hacerse), sino en el cómo, es decir, en la modalidad
de su ejecución, desenvolvimiento y realización, que puede ser en gran parte un
proceso que se desarrolla bajo el umbral de la conciencia, una estructura
subyacente que determina la realidad social (Holstein y Gubrium, 1994, 2000).
De aquí, que la etnometodología sostenga
que en las ciencias sociales todo es interpretación y que “nada
habla por sí mismo”; que todo investigador cualitativo se enfrenta a un montón
de impresiones, documentos y notas de campo que lo desafían a buscarle el
sentido o los sentidos que puedan tener. Este “buscarle el sentido” constituye
un auténtico “arte de interpretación”.
De aquí, también, que este sentido pueda
ser bastante diferente de acuerdo a la perspectiva étnica, de género, de
cultura y demás aspectos identificatorios, tanto del grupo social estudiado
como del investigador. Esto da pie a que se hable de una epistemología
eurocéntrica, una epistemología afroasiática, una epistemología feminista,
etc.; y, con ello, se fundamente lo que en la actualidad se considera una nueva
sensibilidad postmodernista o postestructuralista.
El corazón de la etnometodología está en
la interpretación de las poliédricas y polifacéticas caras que puede
tener una realidad humana, ya sea individual, familiar, social o, en general,
de cualquier grupo humano. Ya Aristóteles había dicho que el ser no se da nunca
a nadie en su totalidad, sino sólo según ciertos aspectos y categorías (Metafísica,
Libro iv). ¿Cuál o cuáles de esos aspectos o caras, que tiene una realidad
concreta, deberé ver o percibir, y cuál o cuáles de las categorías, de que dispone
mi mente como investigador, deberé aplicar?
Aquí está la esencia de la investigación: en esta interpretación.
Las realidades humanas, las de la vida
cotidiana –que son las más ricas de contenido–, se manifiestan de muchas
maneras: a través del comportamiento e interacción con otros miembros de
su grupo, de gestos, de mímica, del habla y conversación, con el tono y timbre
de voz, con el estilo lingüístico (simple y llano, irónico, agresivo, etc.) y
de muchas otras formas. Todo esto necesita una esmerada atención a los finos
detalles del lenguaje y la interacción para llegar a una adecuada
interpretación. Para ello, hay que colocarlo y verlo todo en sus contextos
específicos, de lugar, presencia o no de otras personas, intereses,
creencias, valores, actitudes y cultura de la persona-actor, que son los que le
dan un significado. No basta aplicar sistemas de normas o reglas
preestablecidas (como lo son muchas tomadas de marcos teóricos): lo que es
válido para un grupo puede, quizá, no serlo para otro. De acuerdo con la mayor
o menor influencia de estos factores, una determinada conducta puede revelar
vivencias, sentimientos o actitudes muy diferentes: puede revelar fraternidad,
amor, resentimiento, recelo, asertividad, venganza, agresividad, franco odio, etc..
¿Cuál de ellas, o qué interpretación,
será la más adecuada y acertada? Para lograrlo, no es suficiente preguntarle a
la persona, por ejemplo, por medio de una entrevista, aunque ésta sea en
profundidad, ya que el lenguaje sirve tanto para comunicar lo que pensamos
como también para ocultarlo. Recordemos la cantidad de simulaciones, disfraces,
fingimientos, engaños, dobleces e hipocresías que suelen usar los seres humanos
en ciertas circunstancias. Por todo ello, la etnometodología no considera el
lenguaje como algo neutro o como un instrumento sin más que describe la
vida humana real, sino como un constitutivo de ese mundo humano o
social, que revela, a su vez, la forma o modalidad en que la interacción produce
ese orden o estilo social en que se da. No hay, en consecuencia, un lenguaje y
una interacción, sino un lenguaje-en-interacción que posee una secuencia
estructurante del contexto y su significado, lo cual diferencia la
etnometodología del análisis del discurso (Heritage, 1984; Zimmerman,
1988). En efecto, el análisis del discurso, en su acepción general, ha sido
blanco de muchos ataques de los etnometodólogos que lo acusan de ignorar los
detalles situacionales de la vida cotidiana, al estilo y como la biología
molecular ignora las estructuras reales que se dan en todo organismo biológico.
Por todo ello, el medio técnico más
apropiado en la etnometodología es la observación independiente o
participativa, según el caso, con la grabación de audio y de vídeo
para poder analizar las escenas repetidas veces y, quizá, para corroborar su interpretación con una triangulación
de jueces. Como dice el sabio refrán, cuatro ojos ven más que dos. Por otro
lado, esta idea está hoy día apoyada también epistemológicamente con el principio
de complementariedad de los enfoques
(ver Martínez, 1997, cap. 8).
Evidentemente, como toda investigación,
también la etnometodología trata de llegar a la construcción de estructuras del
comportamiento humano, es decir, a sistemas explicativos que integren procesos
y motivaciones, intencionales y funcionales, o patrones de conducta humana,
individual o social, que nos dé una idea de la realidad que tenemos delante.
Esta realidad puede ser muy única e irrepetible, propia sólo de ese grupo
humano étnico o institucional, pues, como dice Geertz (1983), quizá, el
conocimiento “es siempre e ineluctablemente local” (p. 4), pero pudiera ser
también generalizable. Si es o no generalizable, lo dirán otros estudios
o investigaciones comparativos con otros grupos.
La etnometodología que Garfinkel (1988),
verdadero fundador de esta orientación metodológica, ha tratado de desarrollar
en los últimos tiempos, está muy poco orientada hacia las generalizaciones
universalistas y trata de concentrarse en competencias altamente ubicadas en
disciplinas específicas. El fin es especificar la esencia o el qué
de las prácticas sociales dentro de dominios altamente circunscritos o
especializados del conocimiento y de la acción.
Sin embargo, esta orientación metodológica
no pretende abordar las realidades humanas o sociales desde cero, sino que usa,
con prudencia, los recursos que la sociedad en cuestión le ofrece. Así, el
trabajo de interpretación estará influido por instrumentos interpretativos
locales, como categorías reconocidas, vocabulario familiar, tareas
organizativas, orientaciones profesionales, cultura grupal y otros marcos
conceptuales que le asignan significado a los asuntos en consideración.
En esto, los etnometodólogos se acercan
mucho a la posición de Foucault (1988) cuando hace ver que el individuo no lo
inventa todo, sino que “utiliza patrones que encuentra en su cultura y que son
propuestos, sugeridos e impuestos sobre él por su cultura, su sociedad y su
grupo social” (p. 11). Y añade que las instituciones locales –el asilo, el
hospital, la cárcel, etc.– especifican las prácticas operativas ya sea en el
lenguaje usado como en la construcción de experiencias vividas. Todo esto nos
remite a lo que tanto trató Wittgenstein (1969) y que expresó en lo que llamó
“formas de vida” y “juegos del lenguaje”.
No obstante, la cultura ofrece sólo recursos
para la interpretación, y nunca prohibiciones o mandatos y directivas
absolutos. Siempre constataremos que el proceso natural de nuestra mente es dialéctico:
un constante remolino de constituyente actividad de la realidad, un
juego alternativo entre las miríadas de los “cómo” y los “qué”.
La etnometodología ha examinado muchas
facetas y aspectos de la vida humana y del orden social; así, ha sido aplicada
con éxito a una gran variedad de tópicos, que incluyen problemas familiares,
estudio del curso vital, trabajo social, violencia doméstica, enfermedades
mentales, terapia familiar, problemas sociales y estudio de anomalías
psicológicas o sociales (Holstein y Gubrium, 1994; Gubrium y Holstein, 2000).
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