Como hemos indicado anteriormente, una de las novedades más
relevantes en la adolescencia es la aparición del erotismo puberal. Una manera
de enriquecer el conocimiento de tal evento, consiste en tomar en consideración
las aportaciones más actualizadas acerca del deseo sexual.
Una de las aportaciones más interesantes para comprender
como se conforma en la adolescencia es la realizada por Levine (1988,1992).
Este autor indica que el deseo sexual está constituido por tres elementos
moderadamente independientes: El impulso, el motivo y el anhelo. El impulso
(drive) representa la base biofisiológica del deseo sexual, el motivo (motive)
hace referencia a su articulación psicológica y el anhelo (wish) a su
representación socio-cultural.
El impulso sexual está constituido por lo que podríamos
considerar el "sistema sexual", aceptando la imprecisión de este
concepto (Le Vay, 1993). Los seres humanos heredan filogenéticamente los
elementos anatómicos, fisiológicos y neuroendocrinos que regulan el
comportamiento sexual y que generan predisposiciones comportamentales hacia los
estímulos eróticos. Como es bien sabido, la testosterona es la hormona
relacionada con el deseo sexual en ambos sexos (Bancroft y Reinisch, 1991;
Bancroft, 1988,1989). Sin embargo la motivación sexual constituye, en el
sentido propuesto por Singer y Toates (1987) un sistema interactivo entre el
"sistema sexual" (bases biofisiológicas del deseo sexual) y los
incentivos, siendo éstos estereotipados en las especies subhumanas y complejos
en los humanos por las diversas mediaciones tanto psicológicas, como culturales.
Por tanto el impulso hace referencia a la activación que puede generarse desde
la propia dinámica biológica, o inducirse a partir de determinados incentivos,
es decir estímulos que en diversas situaciones tienen valencia erótica.
Activación en definitiva.
El motivo constituye la articulación psicológica del impulso
sexual. Representa la disposición hacia la actividad sexual. Se manifiesta por
el integración del impulso en el conjunto de la personalidad y supone la
aceptación o el consentimiento de la activación sexual, la disposición hacia lo
erótico. Esta depende de la propia historia sexual y de como haya sido su
socialización en el contexto socio-cultural donde éstos se desarrollan.
El anhelo se corresponde con la representación sociocultural
del deseo sexual y significa el deseo de llegar a estar involucrado en la
experiencia sexual, siendo este componente independientemente del impulso y del
motivo. Sin embargo, este anhelo está fuertemente mediatizado por el contexto.
Historiadores, sociólogos y antropólogos llaman la atención sobre el hecho de
que la vida sexual está influenciada por fuerzas sociales que circundan al
individuo y que pueden llegar a ser más importantes que la propia vida
individual (Levine, 1992). Dicho de otra manera las aspiraciones sexuales están
fuertemente diseñadas por la tradición cultural, el momento histórico y los
intereses de las clases dominantes. Una de las principales expectativas
respecto a las aspiraciones sexuales se derivan de la organización
sociocultural de los roles que se definen basándose en los contenidos de género
que en función de las personas y sus capacidades. El discurso social acerca de
la sexualidad establece lo que puede ser deseado por mujeres o por hombres.
Un ejemplo radical, propuesto por el propio Levine (1992,
pag. 55), referido a la articulación de los tres componentes del deseo sexual
es el siguiente: En las primeras sectas cristianas el impulso sexual era
considerado como una fuerza demoníaca, el motivo - como componente del deseo
sexual- consistía en la evitación de toda experiencia subjetiva de deseo, y el
anhelo se convertía en la aspiración de ser virtuoso, es decir, radicalmente ascético.
Bien al contrario desde el punto de vista de criterios
amplios de salud sexual, se puede considerar que un objetivo evidente de la
educación afectivo sexual en la adolescencia, consiste en facilitar la
posibilidad de que cada adolescente pueda reconocer su impulso sexual, integrar
los motivos para la actividad sexual en el conjunto de su personalidad con una
perspectiva de futuro, y valorar críticamente los anhelos o aspiraciones
eróticos respecto a su propia identidad, de una manera auténtica, personal, sin
tergiversaciones, que responda genuinamente a sus propias necesidades y no a
otras inducidas externamente.
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