ENVIADO POR SILVIA DE LOS SANTOS E.
LA REINA DE LAS ABEJAS
Dos príncipes, hijos de
un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida
disipada y licenciosa, por lo que no volvieron a aparecer por su casa.
El hijo tercero, al que llamaban «El bobo», se puso en
camino, en busca de sus hermanos. Cuando, por fin, los encontró, se burlaron de
él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos,
que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?
Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de
hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los
animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el menor dijo:
- Dejad en paz a estos animalitos; no sufriré que los
molestéis.
Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago,
en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos
cuantos para asarlos, pero el menor se opuso:
- Dejad en paz a estos animales; no sufriré que los
molestéis.
Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en
un árbol, tan repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores
iban a encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y poderse
apoderar de la miel; pero «El bobo» los detuvo, repitiendo:
- Dejad a estos animales en paz; no sufriré que los
queméis.
Al
cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de
piedra, pero ni un alma viviente; así, recorrieron todas las salas hasta que se
encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, pero que tenía en el
centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior. Vio dentro un
hombrecillo de cabello gris, sentado a una mesa. Lo llamaron una y dos veces,
pero no los oía; a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la
habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente
puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un
dormitorio separado. A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo a llamar
al mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en la cual había escritos los tres
trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo. El primero decía:
«En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay
que recogerlas antes de la puesta del sol, en el bien entendido que si falta
una sola, el que hubiere emprendido la búsqueda quedará convertido en piedra».
Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a la hora del ocaso no había
reunido más allá de un centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito
en la mesa: quedó convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la
aventura, pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas
perlas, y, a su vez, fue transformado en piedra. Finalmente, tocó el turno a
«El bobo», el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se hacía
la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas! Se sentó sobre una
piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la reina de las hormigas, a
las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditos, y en un
santiamén tuvieron los animalitos las perlas reunidas en un montón.
El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la
llave del dormitorio de la princesa. Al llegar «El bobo» a la orilla, los patos
que había salvado se acercaron nadando, se sumergieron, y, al poco rato,
volvieron a aparecer con la llave pedida.
El tercero de los trabajos era el más difícil. De las
tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más
joven y hermosa, pero era el caso que las tres se parecían como tres gotas de
agua, sin que se advirtiera la menor diferencia; sabía sólo que, antes de
dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la
segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel.
Compareció entonces la reina de las abejas, que «El
bobo» había salvado del fuego, y exploró la boca de cada una, posándose, en
último lugar, en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual el
príncipe pudo reconocer a la verdadera. Se desvaneció el hechizo; todos
despertaron, y los petrificados recuperaron su forma humana. Y «El bobo» se
casó con la princesita más joven y bella, y heredó el trono a la muerte de su
suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.
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