CUENTO. ENVIADO POR SILVIA DE LOS SANTOS E.
Macario
Juan Rulfo (El llano en llamas)
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a
que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el
gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también
dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien
quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la
alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana
saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son
verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los
ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con
ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se
coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer
sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella e s la que
me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo
perjudique a las ranas. Pero a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer
las cosas... Yo quiero mas a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que
saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera.
Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra
cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de
acarrear leña p ara prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina
la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos
montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas
d e comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a
Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome
la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me
llen o por mas que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen
en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha
oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la
call e. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír
misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de
su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque l
uego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le
apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a
todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con men
tiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como
otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me
apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata
bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es
muy buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es dulce como las
flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién
paridad; pero no, no es igual d e buena que la leche de Felipa... Ahora ya hace
mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde
tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una
leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos...
Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba
conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las
ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se
dejab a venir en chorros por la lengua... Muchas veces he comido flores de
obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo
que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos,
Felipa me hacia c osquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se
quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho;
porque yo no me apuraba del frío ni de ningun miedo a condenarme en el infierno
si me moria yo solo allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al
infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de
que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan
dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero
viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como
ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito
hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que
ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que iré al cielo muy pronto y
platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el
cuerpo de arriba abajo. Ella le dir á que me perdone, para que yo no me
preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino
porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos
chamucos del cuerpo confesandose por mí. Todo s los días. Todas las tardes de
todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por
eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la
gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la
cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el
suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor.
Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando vien e la chirimía a la
función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina,
oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay
chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno
si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero
es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno esta
en la iglesia, esperando salir pronto a la cal le para ver cómo es que aquel
tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las
condenaciones del señor cura...: "El camino de las cosas buenas esta Ileno
de luz. El camino de las cosas malas es oscuro." Eso dice e l señor
cura... Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía esta a oscuras. Barro
la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En
la calle suceden cosas. Sobra quien lo descalabre a pedradas apena s lo ven a
uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que
remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la
cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos,
porque s i no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir
el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí,
no se parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me
apedreen, me vivo s iempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me
encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los
pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para
ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito.
Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con
sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no
prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren des prevenido los pecados
por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por
debajo de mi cobija... Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las
destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato . Felipa
dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que
no se oigan los gritos de las animas que estan penando en el purgatorio. El día
en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas
sa ntas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además a mí me
gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi
cuarto hay muchos. Tal vez haya mas grillos que cucarachas aquí entre las
arrugas de los co stales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato
se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan
su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se
mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor
del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a
llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le
echara a perder su nalga. Yo le unt&e acute; saliva. Toda la noche me la
pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se
aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo
lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si
anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente.
Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las
flores de su obelisco, o sus arrayanes , o sus granadas. Ella sabe lo entrado
en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre.
Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato
pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo
remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los
puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me
amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí e n esta
casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a
morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infiemo. Y de allí ya
no me sacara nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conm igo, ni el escapulario
que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy
junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido
ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, pue de
suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no
le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje.
Y entonces le pedirá a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su
cuarto, que ma nde a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la
condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no
podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor
seguiré platicando... De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos
tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le
sale por debajo a las flores del obelisco...
F I N
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