EL ENFERMO IMAGINARIO. ENVIADO POR SILVIA DE LOS SANTOS E.
El enfermo imaginario
La macarrónica ceremonia final se desarrolla al
compás de un fondo musical que puede considerarse como un verdadero Carmina
Burana, en el que participan ocho portajeringas (para lavativas), seis
boticarios y veintidós doctores. En esa escena, Argan es sometido a un examen
en el que se utiliza un lenguaje seudotécnico, mezcla abigarrada de latinajos y
deformados vocablos franceses e italianos. Una vez aprobada esta prueba se
satiriza una colación de grado en la que los oficiantes hacen jurar al neófito
su nueva condición profesional certificada con la imposición del birrete y de
la toga mientras se reafirman los elementos básicos de la práctica médica
entonando la fórmula : "Ego, cum isto boneto, verabili et docto,
virtutem et puissnciam, medandi, purgandi, percandi, cuipandi, et occidenti
impune per totam terram" (Yo con este bonete, venerable y docto, te
doy la virtud y el poder para medicar, purgar, sangrar, abrir, cortar y matar
en forma impune por toda la tierra).
En las irónicas palabras de Molière relacionadas
con los médicos se puede advertir la profunda crítica asestada a la
infalibilidad del saber y a la precisión de los diagnósticos, el comentario
sardónico sobre las complejas formalidades de las prácticas y la desconfianza
manifiesta sobre su efectividad, así como se llama la atención sobre el uso de
un lenguaje críptico que el paciente no alcanza a comprender. De igual forma se
discute la trascendencia que el médico se atribuye en la curación del enfermo,
se ataca la sumisión que debe prestar el propio paciente en cumplimiento de las
prescripciones y hasta del pronóstico formulado, se reprueba la obsecuencia
prestada a los colegas distinguidos, se impugna el secreto excluyente del saber
profesional y se plantean dudas sobre la aplicación de técnicas agotadoras para
el paciente o el uso de preparados farmacéuticos de inconsistente composición y
dudoso efecto.
A poco que se analice el trasfondo de los dichos de
Molière resultará fácil advertir cómo sus agudas pullas eran públicas denuncias
de las características dominantes en las prestaciones médicas de la época, en
las que primaba la soberbia cuasi religiosa del saber aplicado sobre un
paciente indefenso y desprovisto de alternativas, en una relación en la que
sólo tenía obligaciones y ningún derecho. Se jerarquizaba así la necesidad que
tiene el paciente de ser escuchado y comprendido tratando de enfatizar el papel
humanitario que debe desarrollar el médico al servicio de su paciente. No son éstos,
acaso, los principios que sustenta la Bioética actual ? Entonces, no puede
considerarse a Molière como un verdadero profeta de la ética médica y por lo
tanto afirmar que también clamó en el desierto ya que más de trescientos años
después esos mismos defectos, entonces denunciados, todavía se siguen
observando en la práctica médica diaria?
Como observa Mitford, los médicos de hoy ya no
vestimos togas, no sangramos ni administramos clisterios sino que usamos ropas
blancas, transfundimos sangre y ordenamos aplicaciones de complejos aparatos
electrónicos, pero en muchas ocasiones sigue siendo posible todavía advertir en
nuestra conducta profesional actitudes similares a las de nuestros colegas del
siglo XVII, las mismas que merecieron las críticas de Molière. Es aceptable que
si el paciente de hoy, como el de hace trescientos años, sigue siendo
considerado como un objeto pasivo que los médicos debemos reparar como si fuera
un simple artefacto mecánico, seguramente dentro de no mucho tiempo otras
generaciones médicas mirarán a la medicina actual con la misma irreverencia
fundada con que hoy nosotros observamos la del comienzo de la Edad Moderna.
Las palabras de Molière, luego de más de
trescientos años de haber sido escritas, constituyen una verdadera lección
práctica de conducta médica y su vigencia cobra cada día más actualidad porque
sus contenidos, por su profunda naturaleza, siguen teniendo validez y presencia
en un mundo en el que no todos los cambios han sido para bien.
Colofón
Pese a los evidentes avances del saber y del hacer
médicos la esencia de la medicina sigue siendo inmutable porque su fundamento
estriba en la prestación del mejor servicio que un hombre sanador debe brindar
a otro hombre enfermo. La excelencia de esta prestación no depende exclusivamente
del conocimiento científico utilizado o de la precisión de la tecnología
aplicada, sino de la forma humanitariamente comprensiva con que puede
satisfacer las angustias y expectativas de otros seres menesterosos de
cuidados. El olvido de este principio fundamental es el argumento que la
sociedad actual esgrime con mayor fuerza para rotular a la medicina actual como
deshumanizada, a pesar de sus innegables logros científicos y tecnológicos.
Si los médicos sabemos pasar de alto las
circunstancias propias de la época en que se desarrollan las obras de Molière y
sólo nos atenemos a la intención esencial de sus críticas y al perfil humano de
los caracteres allí pintados, podrá captarse el profundo mensaje ejemplificador
que ellas encierran haciendo que su lectura o la asistencia a su representación
resulte una fuente permanente de profundas y fructuosas reflexiones. De esta
forma Molière, tradicionalmente considerado como adversario de los médicos,
pasará a ocupar merecidamente el puesto de un verdadero Maestro de la Etica
Médica.
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