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viernes, 8 de marzo de 2013


EL ENFERMO IMAGINARIO. ENVIADO POR SILVIA DE LOS SANTOS E.

El enfermo imaginario
La macarrónica ceremonia final se desarrolla al compás de un fondo musical que puede considerarse como un verdadero Carmina Burana, en el que participan ocho portajeringas (para lavativas), seis boticarios y veintidós doctores. En esa escena, Argan es sometido a un examen en el que se utiliza un lenguaje seudotécnico, mezcla abigarrada de latinajos y deformados vocablos franceses e italianos. Una vez aprobada esta prueba se satiriza una colación de grado en la que los oficiantes hacen jurar al neófito su nueva condición profesional certificada con la imposición del birrete y de la toga mientras se reafirman los elementos básicos de la práctica médica entonando la fórmula : "Ego, cum isto boneto, verabili et docto, virtutem et puissnciam, medandi, purgandi, percandi, cuipandi, et occidenti impune per totam terram" (Yo con este bonete, venerable y docto, te doy la virtud y el poder para medicar, purgar, sangrar, abrir, cortar y matar en forma impune por toda la tierra).
En las irónicas palabras de Molière relacionadas con los médicos se puede advertir la profunda crítica asestada a la infalibilidad del saber y a la precisión de los diagnósticos, el comentario sardónico sobre las complejas formalidades de las prácticas y la desconfianza manifiesta sobre su efectividad, así como se llama la atención sobre el uso de un lenguaje críptico que el paciente no alcanza a comprender. De igual forma se discute la trascendencia que el médico se atribuye en la curación del enfermo, se ataca la sumisión que debe prestar el propio paciente en cumplimiento de las prescripciones y hasta del pronóstico formulado, se reprueba la obsecuencia prestada a los colegas distinguidos, se impugna el secreto excluyente del saber profesional y se plantean dudas sobre la aplicación de técnicas agotadoras para el paciente o el uso de preparados farmacéuticos de inconsistente composición y dudoso efecto.
A poco que se analice el trasfondo de los dichos de Molière resultará fácil advertir cómo sus agudas pullas eran públicas denuncias de las características dominantes en las prestaciones médicas de la época, en las que primaba la soberbia cuasi religiosa del saber aplicado sobre un paciente indefenso y desprovisto de alternativas, en una relación en la que sólo tenía obligaciones y ningún derecho. Se jerarquizaba así la necesidad que tiene el paciente de ser escuchado y comprendido tratando de enfatizar el papel humanitario que debe desarrollar el médico al servicio de su paciente. No son éstos, acaso, los principios que sustenta la Bioética actual ? Entonces, no puede considerarse a Molière como un verdadero profeta de la ética médica y por lo tanto afirmar que también clamó en el desierto ya que más de trescientos años después esos mismos defectos, entonces denunciados, todavía se siguen observando en la práctica médica diaria?
Como observa Mitford, los médicos de hoy ya no vestimos togas, no sangramos ni administramos clisterios sino que usamos ropas blancas, transfundimos sangre y ordenamos aplicaciones de complejos aparatos electrónicos, pero en muchas ocasiones sigue siendo posible todavía advertir en nuestra conducta profesional actitudes similares a las de nuestros colegas del siglo XVII, las mismas que merecieron las críticas de Molière. Es aceptable que si el paciente de hoy, como el de hace trescientos años, sigue siendo considerado como un objeto pasivo que los médicos debemos reparar como si fuera un simple artefacto mecánico, seguramente dentro de no mucho tiempo otras generaciones médicas mirarán a la medicina actual con la misma irreverencia fundada con que hoy nosotros observamos la del comienzo de la Edad Moderna.
Las palabras de Molière, luego de más de trescientos años de haber sido escritas, constituyen una verdadera lección práctica de conducta médica y su vigencia cobra cada día más actualidad porque sus contenidos, por su profunda naturaleza, siguen teniendo validez y presencia en un mundo en el que no todos los cambios han sido para bien.
Colofón
Pese a los evidentes avances del saber y del hacer médicos la esencia de la medicina sigue siendo inmutable porque su fundamento estriba en la prestación del mejor servicio que un hombre sanador debe brindar a otro hombre enfermo. La excelencia de esta prestación no depende exclusivamente del conocimiento científico utilizado o de la precisión de la tecnología aplicada, sino de la forma humanitariamente comprensiva con que puede satisfacer las angustias y expectativas de otros seres menesterosos de cuidados. El olvido de este principio fundamental es el argumento que la sociedad actual esgrime con mayor fuerza para rotular a la medicina actual como deshumanizada, a pesar de sus innegables logros científicos y tecnológicos.
Si los médicos sabemos pasar de alto las circunstancias propias de la época en que se desarrollan las obras de Molière y sólo nos atenemos a la intención esencial de sus críticas y al perfil humano de los caracteres allí pintados, podrá captarse el profundo mensaje ejemplificador que ellas encierran haciendo que su lectura o la asistencia a su representación resulte una fuente permanente de profundas y fructuosas reflexiones. De esta forma Molière, tradicionalmente considerado como adversario de los médicos, pasará a ocupar merecidamente el puesto de un verdadero Maestro de la Etica Médica.

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