Autores:
Lic. Flor Line Sánchez Castillo
hj_dany29[arroba]hotmail.com
C.P. Claudia Díaz Aguilar
claudia_diaz2[arroba]starmedia.com
Lic. Juan Eduardo Torres Sánchez
eduardotorres31[arroba]hotmail.com
Lic. Guillermo Camargo Serrano
guillermocs[arroba]abogados.net
Los países
desarrollados están protagonizando un tiempo histórico una de cuyas
características fundamentales es la rapidez con la que se suceden los cambios.
Ese dinamismo propio de las sociedades avanzadas concierne a lo social, a lo científico, tecnológico, a lo económico y a sus relaciones mutuas, haciendo más complejo el contexto en el que han de desenvolverse tanto las personas como las organizaciones e instituciones privadas y públicas.
El sistema educativo,
en su condición de subsistema social, no es una excepción y se ve afectado con
cierta intensidad por la nueva situación, lo que aconseja la necesaria
transformación.
Sin ignorar la
singularidad de la educación como tarea, ni su elevado cometido social, ni la
cuota de especificidad propia de las instituciones educativas, lo cierto es que
sin un cambio profundo en el seno de los centros escolares en tanto que
organizaciones, en su concepción de la gestión y en las prácticas correspondientes,
la Educación española tendrá serias dificultades para adaptarse a los nuevos
tiempos, lograr mejores estándares de calidad para todos y contribuir
sustancialmente al progreso personal, social y económico.
La adaptación de
cualquier institución a un entorno cambiante no constituye un proceso
espontáneo o automático. Para conducir con éxito la operación se hace
imprescindible mirar hacia adelante, reflexionar sobre el futuro a fin de poder
anticipar una imagen coherente de la institución que le aporte una cierta
seguridad, un cierto grado de estabilidad institucional perfectamente
compatible con los procesos de cambio.
La educación y la
formación son elementos de carácter estratégico y la mejora de la calidad
educativa se convierte en un objetivo fundamental de todos los países. Pero, no
es sólo el conocimiento específico, directamente vinculado al mundo del empleo,
el que resulta realmente afectado, sino que el dominio de los conocimientos
básicos, las formas de pensamiento avanzado y las competencias cognitivas de
carácter general constituyen, en el momento presente, ingredientes
indiscutibles de un capital humano de calidad y la mejor garantía de adaptación
a exigencias de cualificación y a entornos profesionales francamente dinámicos.
Esta revalorización
del conocimiento y del saber como instrumentos de progreso personal, económico
y social alcanza, asimismo, a las familias y origina, como efecto inducido, un
aumento de sus expectativas con respecto al funcionamiento de las instituciones
educativas, entornos que sirven para sus hijos de nidos fundamentales de
aprendizaje.
Por otro lado, la
modernidad ha llevado consigo en los países avanzados un mayor protagonismo del
individuo y una consolidación del ejercicio de su ciudadanía. Consiguientemente,
el nivel de exigencia de los usuarios ante los bienes y servicios que les
prestan tanto las entidades privadas como las instituciones públicas ha
aumentado de forma notable y su impacto se ha visto acentuado por un contexto
socio histórico en el que se han revalorizado las libertades individuales y, en
particular, la libertad de elegir.
Esta circunstancia
alcanza, asimismo, a la consideración de los derechos legítimos que el
ciudadano reclama en su relación con la Administración, en tanto que gestora de
servicios de carácter público. Tampoco en esto la educación es una excepción,
sino que los centros docentes públicos se ven confrontados a una nueva
situación con ciudadanos más maduros, con usuarios más preparados y menos
condescendientes con las deficiencias en el funcionamiento de instituciones
sobre cuya calidad cifran elevadas expectativas.
En el marco de un
estudio más general, Jacques Lesourne (1993) presenta una colección de hasta
once razones qujustifican sin paliativos la consideración de los sistemas
educativos como altamente complejos:
1. La complejidad del sistema educativo procede, en primer término, de su objeto que no es otro que el de transformar a los seres humanos. La diversidad del ser humano, su autonomía, su capacidad autorganizativa y, en fin de cuentas, su propia complejidad constituyen un factor primario que complica notablemente la tarea educativa.
2. La dimensión del sistema es considerable. A consecuencia de la evolución social y económica, y habida cuenta de la importancia adquirida por el sector público en este ámbito, los sistemas educativos han experimentado un crecimiento notable, factor que ha contribuido indudablemente a un incremento de su complejidad.
3. La complejidad formal, que se manifiesta en aspectos tales como la estructura del sistema, el organigrama funcionarial y jerárquico, la diversidad del profesorado, la abundancia de normativa, la variedad de las titulaciones, etc.
4. La complejidad informal, que surge de las interacciones presentes en el interior de los centros al margen de las orientaciones que dimanan de la autoridad central. La amplia libertad característica de la función docente se une a la diversidad natural del alumnado, del profesorado y de los equipos directivos, para generar fenómenos espontáneos que introducen en el sistema otro tipo de complejidad.
5. La ambivalencia del sistema educativo que se presenta como fuertemente cerrado y, a la vez, como extremadamente abierto a la sociedad. Cerrado por la naturaleza de la carrera docente, por su comportamiento profesional, por la organización burocrática del sistema y por su propensión endogámica. Abierto por la influencia de las familias, de los medios de comunicación, del sistema productivo, de los partidos políticos, las organizaciones sindicales, etc.
6. El sistema educativo opera en el largo plazo. Buena parte de las reformas educativas concernientes al currículo, a los sistemas de formación del profesorado o a la organización de los centros deja sentir sus efectos sobre todo el alumnado no antes de una década. Y, en cualquier caso, la pretensión del sistema es la de contribuir a la definición del individuo adulto.
7. El sistema educativo está implicado en el sistema económico, y lo está no sólo -como señala Lesourne- por la importante participación en el PIB, en términos de gasto, y por las correspondientes expectativas sociales respecto de su grado de eficacia y de eficiencia, sino también por la dimensión económica que la revalorizada formación del capital humano asigna, en la actualidad, a la Educación.
8. La medida de los efectos del sistema educativo es imprecisa. La dificultad de establecer estándares externos, relativamente estables, la alusión a valores globales y las variaciones con el tiempo son tan sólo algunos de los factores que hacen de la medida en educación algo, aunque necesario, imperfecto.
9. La dificultad de evaluar el grado de consecución de sus fines y objetivos globales. Aun cuando existe, por lo general, un cierto consenso sobre cuáles deben ser las grandes metas de la educación no suele existir una relación lógica entre las declaraciones de principio y los currículos, los programas o los métodos de enseñar.
10. La dificultad de articular políticas carentes de toda ambigüedad. Las notas características de los sistemas educativos antes mencionadas plantean, por vía de consecuencia, el que las políticas deseables sean, con frecuencia, razonablemente imprecisas y que dos posiciones, en apariencia contradictorias, puedan contener ambas un cierto grado de validez.
11. El sistema educativo constituye una zona de conflictos. Conflictos entre las familias y sus hijos, conflictos entre los alumnos y los centros, conflictos entre el profesorado y la administración, conflictos en la administración de los recursos, etc.
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