2009-06-19 • IMPRESO COSMOVITRAL
El México del siglo XIX se caracterizó por
repetidos conflictos y por importantes cambios culturales; en aquella centuria,
los gobiernos liberales se pusieron la gran meta de subir a la nación al tren
de la modernidad y afrontaron diversos desafíos, como secularizar una sociedad
profundamente religiosa, construir una república centrada en las leyes e
infundir a los ciudadanos un espíritu nacionalista. Lo anterior, dicho por
Daniela Traffano al participar en el Diplomado en Historia de la Educación en
México siglos XIX y XX, organizado por El Colegio Mexiquense.
El México del siglo XIX se caracterizó por repetidos conflictos y por
importantes cambios culturales; en aquella centuria, los gobiernos liberales se
pusieron la gran meta de subir a la nación al tren de la modernidad y
afrontaron diversos desafíos, como secularizar una sociedad profundamente
religiosa, construir una república centrada en las leyes e infundir a los
ciudadanos un espíritu nacionalista. Lo anterior, dicho por Daniela Traffano al
participar en el Diplomado en Historia de la Educación en México siglos XIX y
XX, organizado por El Colegio Mexiquense.
La investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social (CIESAS), Unidad Pacífico Sur, comentó que el proyecto
liberal implicó el voltear la mirada hacia más de la mitad de la población,
incluyendo a los grupos indígenas, que vivía en una condición económica
insostenible y que, según la elite política de la época, persistía en una
situación político-social inadecuada y en una realidad cultural incomprensible.
El grupo conservador, representado por personajes como Lucas Alamán,
sostenía que México era producto de la Colonia y que su cultura, educación y
religión debían conservarse, basados en los principios de la tradición
española, pues consideraban que tenían mayor solidez política y social.
En consecuencia, para este grupo la situación social no debía cambiar en
el México independiente, dado que los indígenas no estaban preparados para
vivir en condiciones de igualdad con el resto de la población, y era necesario
que se mantuviesen en el mismo estado de protección en que habían estado hasta
entonces.
Por su parte, José María Luis Mora y el grupo liberal condenaron tanto
el pasado prehispánico como el colonial, y destacaron que el indio era una
persona atrasada por el tutelaje en que había estado y que era fundamental
desarrollar la idea de la propiedad privada que permitiría el desarrollo del
país, así como la incorporación de los indígenas a una sociedad con las mismas
leyes y derechos civiles y políticos.
Sin embargo, ambas partes coincidieron en que para civilizar a la población
indígena era necesario instruirla y consideraron a la educación como uno de los
mejores instrumentos para dar comienzo al proceso de construcción de la nación.
Sobre el caso específico de Oaxaca, cuya geografía forma un territorio
con severos problemas de comunicación, y está habitado por una población en su
mayoría indígena distribuida irregularmente o aislada casi por completo, el
debate cobró mayor trascendencia, pues se cuestionó ampliamente cuál debía ser
el papel de los indígenas en la filosofía política, los programas
gubernamentales y las acciones legislativas que caracterizaron la vida de
México después de la Independencia.
No obstante y pese a las dificultades, el estado liberal fue
fortaleciendo un sistema educativo basado en la instrucción pública, que se
consideró imprescindible para el crecimiento económico y la civilización del
pueblo y que, difundiendo la ilustración, llegaría a rechazar el despotismo.
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