Aunque la distribución del contenido del soneto no es estricta, puede decirse que el primer cuarteto presenta el tema del soneto, y que el segundo lo amplifica o lo desarrolla. El primer terceto reflexiona sobre la idea central, o expresa algún sentimiento vinculado con el tema de los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo, en ambos casos, desatados por los versos anteriores. De esta manera, el soneto clásico presenta una introducción, un desarrollo y una conclusión en el último terceto, que de algún modo da sentido al resto del poema.
De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue
también cultivado por los poetas del dolce stil nuovo: Guido Guinizzelli (1240
- 1276), Guido Cavalcanti (1259 - 1300) y Cino da Pistoia, entre otros, quienes
emplean ya los dos cuartetos y los dos tercetos, éstos últimos con una
estructura variable.
En el siglo XIV son muy importantes los sonetos amorosos de
Dante Alighieri, dedicados a su amada Beatrice Portinari, y recogidos en su
libro Vita Nuova. Pero el sonetista más influyente de la centuria es, sin duda,
el poeta Arezzo Francesco Petrarca, en cuyo Cancionero (Canzoniere) el soneto
se revela como la estructura más adecuada para la expresión del sentimiento
amoroso. A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto
de literaturas europeas.
El soneto en lengua española
El primer intento documentado de adaptar el soneto a la
lengua española es obra de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana
(1398-1458), con sus cuarenta y dos Sonetos hechos al itálico modo.
Desde
Garcilaso hasta el modernismo, el soneto castellano tuvo una estructura fija en
los ocho primeros versos (ABBA:ABBA), y más libre en los seis últimos, con las
combinaciones CDE:CDE, CDE:DCE, CDC:DCD, como las más utilizadas. Otros
sonetistas del siglo XVI: Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña, Fernando
de Herrera, Gutierre de Cetina, y muchos otros. El soneto se distribuye en
catorce versos endecasilabos (esto es once sílabas) distribuidos en dos
cuartetos y dos tercetos; en cada uno de los cuartetos riman el primer verso
con el cuarto, y el segundo con el tercero. El soneto es cultivado por los
principales poetas, como Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la Barca,
Sor Juana y Cervantes. Este último utiliza variantes, como el "soneto con
estrambote" o el "soneto dialogado". Los temas del soneto son muy
variados, desde el amoroso al satírico, pasando por los morales y metafísicos
(en los que destacó Francisco de Quevedo). Los autores barrocos juegan con la
forma del soneto, pero no lo alteran en su estructura esencial, que continúa
siendo la consagrada por Garcilaso y Boscán. Un ejemplo conocido es el
siguiente soneto satírico de Lope de Vega, que trata precisamente sobre la
construcción de un soneto:
Un soneto me manda hacer Violante,
en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
y aún parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
que voy los trece versos acabando:
contad si son catorce, y está hecho.
En el período neoclásico decae el uso del soneto, aunque es
cultivado por autores como José Cadalso o Meléndez Valdés, entre otros. Tampoco
el Romanticismo español le presta mucha atención: en las Rimas de Bécquer, por
ejemplo, se encuentra un único soneto. La principal renovación del soneto en
castellano se produce a finales del siglo XIX, con el triunfo del modernismo.
En los sonetos modernistas lo más frecuente es el orden clásico
de los cuartetos, pero se usaron también, por influencia del parnasianismo
francés, las combinaciones ABAB:ABAB y ABBA:CDDC. En esta época aparecen varias
innovaciones métricas: se utilizan versos de otras medidas, desde trisílabos
hasta hexadecasílabos, aunque los más utilizados son los alejandrinos, como el
conocido soneto "Caupolicán", en el libro Azul, de Rubén Darío;
además, aparecen sonetos polimétricos, que emplean en el mismo poema versos de
diferente medida (lo utilizó también Darío, en su soneto dedicado a Cervantes,
mezcla de endecasílabos y heptasílabos; Manuel Machado lo utiliza en su soneto
"Madrigal de madrigales", compuesto de versos de 7,9,11 y 14
sílabas).
Una curiosa invención modernista es el
"sonetillo", soneto de arte menor, que tiene precedentes en el Siglo
de Oro y en el Neoclasicismo (Tomás de Iriarte, por ejemplo, usa en algunas de
sus fábulas un soneto en octosílabos).
Es muy frecuente, también, el soneto en la obra de los
autores de la generación del 27, sobre todo en Jorge Guillén, Gerardo Diego,
Rafael Alberti; García Lorca cultivó esta forma en sus Sonetos del amor oscuro.
Posteriormente, algunos poetas, como Jorge Luis Borges, cultivan el
"soneto inglés" o "soneto shakespeariano", que consta de
tres cuartetos y un pareado final, o bien escriben sonetos sin rima, como Pablo
Neruda. El soneto mantuvo su vitalidad durante la posguerra gracias a autores
que supieron renovar su sonoridad y retórica, como Blas de Otero y Carlos
Edmundo de Ory, y entre los hispanoamericanos Alfonso Reyes y Javier del
Granado. Durante los años sesenta y setenta cayó en un relativo descuido, pero
poetas posteriores a los novísimos, como Álvaro Tato (y algunos de éstos, como
Luis Alberto de Cuenca o Juan Van-Halen), han retomado su uso, con un fervor no
exento de ironía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario