Ser docente es un modo de ganarse la vida y es justo decirlo, a mucha honra, un modo muy digno y de gran valía. El maestro ha gozado desde siempre de una gran estima en la sociedad y ha sido parte muy importante en las decisiones de los pueblos. El maestro es escuchado con respeto, goza de la confianza de la gente e influye en las decisiones de la comunidad.
Sin embargo, ante la real crisis de valores y económica que actualmente se vive en México, muchos profesionistas con título han migrado a las filas de la docencia, sin vocación ni esperanza alguna de obtener satisfacción en el quehacer pedagógico, sólo por que encuentran más o menos bien pagado su tiempo y no es un empleo tan difícil.
El problema estriba en que ese maestro que acude sin ganas, sin vocación y sin alicientes, perjudica para toda la vida a los alumnos a quienes le corresponde instruir.
Es práctica común que los muchachos digan: sabe mucho pero no sabe explicar. Tal vez tengan razón. Tal vez, su apreciación sea sólo hecha con buena voluntad. Lo cierto es que el docente que carece de aptitudes y actitudes para la función, lastima profundamente a los escolapios pues les trunca sus buenos deseos respecto a alguna materia o de plano, en lo relativo a la vida.
Ahí estriba el punto toral del presente esfuerzo: determinar qué porcentaje realiza labores como maestro por vocación y cuál sólo para afrontar la crisis. Conocer la diferencia entre el que acude al aula por gusto y aquél que es obligado por sus circunstancias, principalmente económicas.
También, conocer la realidad de la situación por la que atraviesan las instituciones educativas en cuanto a la búsqueda, selección y contratación del personal docente.
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